martes, noviembre 28, 2006

Pobres vejetes

Anoche vi en Televisión Española un impactante documental sobre personas mayores en ese país que viven solas, relegadas y olvidadas por el mundo. Muchos malviven con una escasa pensión, sin parientes, sin afectos, sin nadie con quien compartir su agobiante rutina. Compartían además una característica que completaba el cuadro y ampliaba su tragedia: todos eran homosexuales. Me destrozó el alma ver sus lágrimas, sus pensamientos grises, las injusticias que soportaban día a día. Todos tenían la vida rota. Veían con cierto recelo la vida abierta de los jóvenes españoles gay de la actualidad, que pasan sus días sin reservas ni prevenciones, en una España liberal que nada tiene que ver con la que estos viejos tuvieron que vivir en su juventud. Sienten que les han robado la vida, que han sido discriminados toda la vida: por homosexuales primero y ahora por viejos; sienten que nadie los quiere. Estos viejos olvidados tuvieron que sufrir una férrea dictadura y el rechazo social, no habían vivido nunca fuera del closet (de hecho "Salir del closet a los 60" era el nombre del documental) y por lo tanto siempre habían estado socialmente ocultos. Ahora muchos habían terminado por ser olvidados por sus familiares o ya no les quedaba nadie vivo que les hiciera al menos una visita de consuelo. Solo les quedaban fotos, añoranzas y pesares. No había nietos, sobrinos ni nada por el estilo que los ligara al mundo. Que dolor.

Sus relatos eran durísimos y venían acompañados de lágrimas: una señora lesbiana lloraba ante la cámara y decía que no era feliz, que le hubiera gustado encontrar a alguien para acompañar sus últimos días, que no quería llegar a los ochenta. Un señor que casi vivía como mendigo, olvidado en el cuarto de un apestoso inquilinato, se quejaba de que no tenía nada ni nadie y de que en sus días de juventud todo ocurría a las escondidas, demostrar afecto con otro hombre podía significar la cárcel. Y mientras cuenta aquello con un acento a veces indescifrable, se ven imágenes de los jóvenes gay de Madrid en estos días, reunidos en una plaza de Chueca, abrazándose, besándose, viviendo despreocupadamente la vida. El viejo lloriquea y dice que quisiera ser joven de nuevo, vivir la vida con esa plenitud que le fue negada. Otro anciano, que al juzgar por sus ropas no pasa las angustias del anterior, le enseña a la cámara las esquinas donde puede encontrar un prostituto si lo requiere. Dice que es lo único a lo que puede acceder si necesita afecto. El amor ya no vendrá por él, aunque aún sueña con encontrar “su media naranja” y al decirlo sonríe con picardía. Dice que el ocultamiento y la negación le impidieron echar raices y tener una pareja estable. El viejo, claro está, ya no hace levante.

Me quedé pensando el resto de la noche en qué pasaría conmigo cuando llegara a esa edad. Sin lugar a dudas es un miedo que muchos de nosotros hemos sentido y que tenemos que aprender a dominar. Hace parte del proceso de salir del closet. Entender que las probabilidades de terminar los días solo y olvidado son mayores para nosotros que para el resto de la población es difícil y sin duda una de las partes más difíciles de aceptar. No hay más remedio que enfrentarse a esa realidad. Persiste en todo caso, el hecho de que nosotros los gay somos quienes más rechazamos a los viejos homosexuales. Para nosotros, ser gay implica ser joven y atractivo. Las palabras “gay” y “viejo” son palabras que no van juntas, pero “vejete” y “marica” las combinamos sin esfuerzo. Los “vejetes” nos repelen, los evitamos, son el espejo donde no queremos vernos. “Yo no quiero llegar a ser así” decimos cuando algún viejito se nos acerca en un bar o en la calle e intenta ser “amigable”. ¡Pues ya veremos qué dicen los años! Esa discriminación es un contrasentido, se volverá rabiosa contra nosotros.

Cuando yo sea viejo ¿Estaré solo y abandonado? ¿Pasaré mis tardes viendo como los jóvenes viven su vida sin aprehensiones? ¿Renegaré al ver a una pareja de hombres jovenes salir casados de una notaría o una iglesia, mientras sus padres y madres, hermanos, sobrinos, primos, tíos, abuelos y amigos les festejan con una lluvia de arroz? Me preguntaré con frustración “¿Por qué a mi no me pasó eso?”. "La vida es ahora", dicen los comerciales de Visa y no hay nada más cierto. Por lo mismo tengo que aceptar la idea de que esas cosas a mí no me pasarán mientras sea joven y tendré que aprender a vivir sin rencores. Aunque quien sabe, ¡a lo mejor en cinco años nos aprueban el matrimonio! Soñar no cuesta nada.

Los viejos del documental hablan de las bodas entre homosexuales que ahora tienen lugar y se sorprenden de cuanto han cambiado las cosas. Pero no se alegran. Piensan solamente que para ellos es demasiado tarde. Y no paran de hablar de los jóvenes de hoy. No pueden evitar sentirse marginados por aquellos de su propia clase (y de todos los rechazos que soportan ése es talvez el que más les duele). No dejan de preguntarse porqué los gay de hoy viven la vida sin detenerse a pensar que otros lucharon duro para que ellos pudieran salir a la calle y llevar de la mano a su pareja. Ingratitud es lo que sienten esos ancianos. Para ellos hubo cárcel y reproches. Para los jóvenes españoles de hoy, brindis, fiesta, abrazos públicos y celebraciones. Ahora los jóvenes tendrán mayores oportunidades de envejecer acompañados por sus sobrinos, sus hermanos y también por aquellos hijos que hayan podido adoptar, así como por sus nietos. Tendrán las mismas oportunidades que el resto de la humanidad de tener una vejez feliz, aunque así como ocurre con los heterosexuales, nada de eso esté asegurado. Puede que finalmente terminen sus días solos y olvidados, pero al menos les quedará el consuelo de que la sociedad quiso ser más justa con ellos.

Y en nuestro país ¿en qué época vivimos? ¿Nos quejaremos cuando, olvidados en un cuarto solitario, veamos el festejo de la boda en el edificio de enfrente, los novios radiantes, los suegros felices por sus hijos, la mesa llena de regalos? En el estado actual de las cosas, es muy posible. Ciertamente Gayhills no es Chueca, aunque algunos quieran pretender que sí lo es. Y además, Bogotá no es Colombia entera, algo que se nos olvida muy seguido a quienes vivimos en esta ciudad. Sí, hemos avanzado, ya no nos encarcelan, ya hay personas que nos aceptan, otros defienden nuestros derechos en el Congreso. Pero aún estamos iniciando el camino y el trecho que hemos recorrido no es suficiente. La ley todavía nos desampara por completo y no tenemos ninguna oportunidad. Todavía tenemos grandes posibilidades de terminar nuestra vejez solos y de ser protagonistas en un documental del futuro sucesor de Pirry, donde se muestren nuestras desgracias y miserias, mientras los más jóvenes, al vernos en la pantalla piensen, “pobrecitos vejetes maricas"

* * *

Apunte final 1: he agregado "Thorin" al "Escudo de Roble" porque no quiero que se piense que un escudo me precede y también porque a veces cuando se referían a mí y escribían "Escudo" me costaba trabajo entender que era yo. Sin duda muchos de ustedes ya sabrán quién es Thorin, Escudo de Roble. Y sino, vayan el omniscente google!


Apunte final 2: el fin de semana vi una película excelente de la que pienso hablar después. Es CRAZY, una maravillosa historia en la que todos podemos vernos reflejados porque para los gay las historias de nuestra infancia y juventud siempre se parecen. Además tiene una música buenísima. Recomendada a ojo cerrado.

martes, noviembre 21, 2006

Nosotros, el fútbol y los genes

No se desanimen, no voy a hablar exclusivamente de temas futboleros, pero tengo que empezar por allí para hilvanar las ideas de las que quiero hablar en esta ocasión. Todo empezó el pasado domingo cuando Millonarios ganó un épico partido contra el Medellín. Sufrí lo indecible y la emoción no fue gratuita: Ciciliano, un volante azul, terminó tapando porque el arquero principal se lesionó (Henao) y el arquero de reemplazo (Cuadrado) fue expulsado. Estos hechos de por sí extraordinarios, dieron paso a lo inimaginable cuando el improvisado arquero Ciciliano, a seis minutos del final, logró atajar un tiro penal que hubiera significado el empate del DIM y por lo tanto la pérdida de dos valiosos puntos para Millonarios como local. Ciciliano se convirtio en héroe. En mi casa todo era júbilo como si se hubiera conseguido la anhelada estrella, esquiva ya por 18 años.

Como ven, a mi me gusta el fútbol. Y es que un partido futbolístico, cuando bueno, puede brindarnos exultantes momentos de gloria y victoria o también terribles momentos de derrota y dolor. Nada más parecido a una novela épica que un partido de fútbol bien jugado y con ingredientes dramáticos. La final de la Copa Mundo de este año pasará a la historia, no como la mejor futbolísticamente hablando, sino como una de las más intensas y emocionantes pues se convirtió en toda una telenovela de casi tres horas de duración, en donde nada faltó: Zidane (el héroe de la novela) marcó el primer gol del encuentro y Materazzi (el némesis italiano), hizo lo propio a los pocos minutos. El clímax llegó con la defenestración y humillación de Zidane, que salió expulsado en el último partido de su vida por cuenta de un cabezazo a Materazzi, con quien estuvo en permanente duelo durante todo el encuentro. A partir de la expulsión del capitán todo fue ruina para Francia (la dama herida y dolida) que finalmente fue derrotada, como si Sófocles hubiera escrito el libreto. Si yo iba por Francia y sufrí montones, no me imagino como debieron de llorar los galos su derrota, aunque bueno, llorar es un decir, porque los franceses son demasiado orgullosos como para llorar por esas cosas, aunque les duela en el alma. Reconfortaba en todo caso las escenas que nos regalaron los jugadores italianos, que se abrazaban tiernamente para darse apoyo y vencer el nerviosísmo durante el cobro de los tiros penales con los que se definió el partido. Bocatto di Cardinale. Yo definitivamente, al contrario de un heterosexual, puedo disfrutar el fútbol desde muchas y variadas facetas.

En mi casa, desde siempre, se ha cultivado un amor apasionado por el equipo blanco y azul capitalino. Sin embargo mi relación con el fútbol es de simple espectador. Una cosa es ver un partido de fútbol como el de Francia e Italia en una final de la Copa Mundo, seguir a Millos en las semifinales del campeonato nacional, o ver a la sufrida Selección Nacional defendiendo el mancillado orgullo patrio, desde el sofá de mi casa o desde una butaca del Campín (aunque hace años no voy por allá) y cosa muy distinta que me ponga los guayos y me vaya al parque más cercano a jugar un picadito con mis amigos. Desde el colegio no juego un partido de fútbol y no era por entonces el más entusiasta de los niños cuando tenía que jugar al deporte rey. De hecho, conozco poquísimos gay a los que les guste ver o jugar al fútbol, muy pocos. Fervientes hinchas gay de millonarios no abundan y solo logro acordame de mi amigo Mauricio, que en vida no tuvo nada más seguro en su corazón (ay Mauro, últimamente me acuerdo mucho de ti, dos años hace ya que te nos fuiste, otro día te escribo algo aquí, prometido).

La mayor parte de nosotros no nos sentimos atraídos por los deportes en equipo y este es uno de los grandes misterios de nuestra naturaleza. Ojo: digo “deportes en equipo” porque si contamos a quienes juegan tenis, nadan, montan bicicleta o simplemente hacen spinning o levantan pesas en el gimnasio, las cifras son más generosas. Sin embargo, la realidad es que en otras disciplinas somos más bien pocos y yo no dejo de preguntarme por qué.

Creo que puden haber varias razones:

1. Los deportes en equipo nos traen pésimos recuerdos de la infancia, cuando jugar fútbol era cosa de machos y por lo tanto era casi obligatorio demostrar que uno, era sin serlo, el duro, el hijo de papá.
2. Muchos de nosotros no fuimos los mejores atletas y teníamos dos pies izquierdos para jugar. Por lo tanto nuestras debilidades se exponían más en un juego en equipo, además de que había que soportar las burlas de los otros (y peor aún: el escarnio en el recreo o la clase de educación física, al ser pedidos de último durante la conformación de los equipos, la más elocuente muestra de la crueldad infantil). Por lo tanto, practicar deportes de otra índole nos daba mayor seguridad y nos era (es) más grato.
3. El contacto físico y la rudeza que exige un deporte como el fútbol nos desagrada y por lo tanto lo evitamos.
4. Algo en nuestro cerebro nos programó para evitar el fútbol y deportes similares.

La razón número uno no convence porque al fin y al cabo es una consecuencia de nuestra animadversión genética a los deportes en equipo, así que la descarto. Digo genética porque creo que nacimos con ella, o al menos yo sí. Recuerdo bastante bien la primera vez que me enfrenté a la decisión de si jugar fútbol u otra cosa. Tendría cuatro años y con mis primos jugábamos en la calle algo parecido a las escondidas cuando un niño vecino nos invitó a jugar fútbol. Yo me negué porque me pareció jartísimo y nada divertido. Todo en mi se negó a participar. Por el contrario, mis primos, para mi sorpresa, salieron corriendo felices a pegarle a la pelota. A partir de allí muchas veces tuve que pegarle yo también porque no tenía nada mejor que hacer o porque en el colegio era una obligación. Nunca fui un crack ni nada parecido, pero al menos me defendía aunque nunca lo consideré “una delicia”.

Volvamos a las hipótesis que planteé, considero que las explicaciones 2 y 3 se pueden incluir en la número 4: todo está en el cerebro. Hablé ya de genética y este es el punto a donde quería llegar. No soy biólogo, pero creo que ser gay implica muchas veces (y no digo siempre porque generalizar es equivocado) cierto desdén hacia los deportes en equipo. Si de deportes se trata, creo que algo en nuestro cerebro no funciona de la misma manera que en los hombres heterosexuales. Nos parecemos más en este sentido a las mujeres, que de niñas tampoco son muy amigas de este tipo de actividades o al menos no en nuestra cultura. Y he aquí lo que considero que lo explica: siempre he pensado que la preferencia sexual reside en los genes y que por lo tanto, debe existir una razón para que una característica de este tipo se haya heredado desde el principio de los tiempos, ya que según los postulados de la teoría evolutiva, si algún cambio en el ADN es bueno para la especie, éste se transmitirá en los genes a las siguientes generaciones. De tanto leer del tema y discernir sobre él, tengo una teoría que si bien no puedo probar, me parece valedera y procedo a explicarla:

Me imagino que talvez, durante los primeros tiempos de nuestra especie, cuando había que conseguir alimento, los machos heterosexuales se iban de caza. Consideremos esta actividad un deporte en equipo ya que tiene todos los elementos: es un juego colectivo, requiere estrategia, fuerza y destreza, y hay un objetivo claro que se debe alcanzar por todo el equipo jugando en conjunto. Los aguerridos machos no querían dejar solas a sus parejas y vástagos durante los días o semanas que duraba la faena (dar de baja a un mastodonte no se puede hacer en un sólo día de 8 a 5) ¿Quienes se quedaban entonces con la manada? Adivinaron: los machos homosexuales, quienes serían indiferentes o incluso reacios ante la idea de irse de caza (es decir, no sentían emoción alguna en participar en el juego colectivo que ello implicaba), estarían en capacidad de cuidar a las hembras ante los peligros que los rondaban (bueno, reconozco que si el homosexual de la manda se trataba de una locaza de aquellas, no sería muy útil en caso de que apareciera un tigre dientes de sable); y además (y esta es la mejor parte) no estarían para nada interesados en aprovecharse de la ausencia de los consortes para aparearse con las hembras (supongo que desde entonces surgió la legendaria amistad entre mujeres y gays). Los machos heterosexuales, por lo tanto, se iban tranquilos y felices a cazar un alce o mastodonte o lo que fuera que capturaran por aquellos lejanos días. Al menos el 10% de los machos se quedaría con el resto de la manada cuando fuera necesario. Ahora bien, supongo que algunos pocos machos homosexuales, amantes de la cacería y actividades similares, partirían junto a los demás, aunque esto sería la excepción. ¿Y las lesbianas? preguntarán algunos. Bueno, supongo que de alguna manera ellas también encajan, aunque haya que caer en los clichés (perdonarán ellas): mujeres seguras y capaces de enfrentar una manada de lobos son muy útiles en ausencia de los machos. Sin duda tal juego de roles y comportamientos era bueno para la especie y su perduración, lo que aportaba grandes beneficios que se heredarían a la siguiente generación. Si alguien está pensando que según todo esto nuestro papel se reduciría al de ser simples cuidanderos mantenidos, se debe pensar que esa calificación es banal en el mundo natural y corresponde solamente a una observación antropocentrista. La naturaleza no hace esos juicios de valor, simplemente promueve todo lo que le es conveniente. En la naturaleza ningún mamifero es un mantenido per se.

Este altruismo en el comportamiento de los gay tiene soporte. Como referí en otro post, dentro de los navajo y otras culturas los padres de un niño homosexual lo consideraban un ser sagrado y se sentían bendecidos ya que su presencia sería un alivio durante la vejez y una ayuda invaluable para criar a la demás descendencia. Inteligentes los navajo.

Por generaciones el poco gusto por los deportes colectivos se ha transmitido entre los homosexuales. Es cierto que hay deportistas gay en todas las disciplinas, pero en general, muchos de nosotros tiene animadversión hacia muchos deportes y por lo tanto hacia ESPN, canal por donde jamás pasan (me consta que algunos han borrado éste y canales similares de la programación de sus televisores) a menos que estén transmitiendo una competencia de clavados olímpicos, lucha libre o gimnasia en aros. La liga española, que mis primos siguen con devoción, solo me interesa durante los instantes en que hay un primer plano sobre Beckam o alguno de los muchos churros que salen por allí.

Conclusión: algo va de la “futbolfobia” a nuestros orígenes, dos cosas que a simple vista parecieran no tener nada que ver. Ojalá los expertos y estudiosos confirmen alguna vez si mi idea tiene asidero o estoy imaginando disparates (que también). Pero eso sí, me alejo por completo de las teorías que indican una causa meramente ambientalista para la homosexualidad, porque me parece que no explican la mayor parte de los casos. Ya veremos que pasa en el mundo de la ciencia, últimamente muy interesado en estos temas. Por lo pronto y volviendo a lo del fútbol, seguiré a Millos domingo a domingo porque este año, ¡es el año!



¿Y tú te hubieras quedado cuidando a las hembras y los retoños de la manada mientras este macho se iba de caza?


viernes, noviembre 17, 2006

Dorian Gray, Sean Connery y un pollo de 19

El domingo vino a mi casa un muchacho modelo 87. Todos los que estábamos aquí en improvisada reunión dominguera hicimos plop. Mis amigos rondan la treintena por arriba o por abajo y alguien nacido en años que nos suenan tan recientes siempre causa sorpresa, sobretodo cuando se cae en cuenta que uno ya iniciaba la pubertad cuando el muchachito en mención apenas era un recién nacido. Mi hermano menor, a quién yo cargué y hasta cambié el pañal tiene más o menos la misma edad, válgame.

Recordé entonces lo que fue mi vida cuando tenía 19. Era definitivamente otra persona aunque eso sí, era la persona que tenía que ser a esa edad. Tenía tantas cosas en la cabeza, tantos sueños, tantas inseguridades, tantos deseos. La verdad es que no me debo quejar de mi vida ni de lo que he hecho con ella. De poco me arrepiento y no digo que de nada porque aquel que no se arrepiente de alguna cosa no ha vivido lo suficiente o no ha vivido con intensidad. He ido tomando el control de mi vida, cumpliendo mis sueños, demoliendo mis inseguridades. Creo que me parezco a lo que quería ser cuando tenía 19, aunque todavía tenga muchas cosas por cumplirme. Hay algo sin embargo que me persigue desde mi loca juventud que parece no madurar. Siempre he sido consciente de ello aunque últimamente se me ha hecho más evidente y que curiosamente afloró en mí la semana pasada en un hotel de Medellín.

Era de mañana y me estaba haciendo el nudo de la corbata. Me quedé contemplando mi imagen en el espejo, algo completamente normal (a veces los gay pasamos demasiado tiempo mirando nuestra imagen) sólo que esta vez fue un momento revelador: me quede mirándome a los ojos por algún tiempo, hasta que solté una risa. Continué luego con un escrutinio de mi cara (observando las imperfecciones de la piel, los contornos del rostro, el tamaño de la nariz, el color de mis ojos) casi como quien mira a un extraño (¿les ha pasado algo así antes, mirarse al espejo y ver esa imagen como si fuera ajena, como si se miraran desde adentro y no se reconocieran?). Al terminar la diligente inspección, y luego de notar que llegaría tarde al trabajo, concluí lo que ya sabía: mi imagen no se corresponde con la idea que tengo de mí mismo, sencillamente porque el espejo me dice que me veo mucho menor de lo que dice mi certificado de nacimiento y que sin corbata me veo como alguien que no llega al cuarto de siglo, cuando la realidad es que ya ando por los treinta y uno. Y la corbata no me suma muchos más años, hay que decirlo. En este mundo donde la juventud es un valor buscando con ansia entre cremas y menjurjes varios, yo no siempre soy feliz con mi jovial imagen, menuda contradicción. No puedo decir en todo caso que “siempre” me moleste, al contrario, me gusta cuando me piden la cédula a la entrada de un bar o el ver la cara de sorpresa de la gente cuando les revelo mi edad. Sin embargo, es un arma de doble filo: mis contemporáneos al verme no me toman en serio a primera vista, y los menores, cuando saben las primaveras que he visto, toman distancia. En mi trabajo donde la experiencia cuenta, los clientes que me ven por primera vez se sienten un poco intranquilos hasta cuando notan que sé de lo que hablo. Recuerdo que cuando tenía 25 (supongo que por entonces delataba menos de veinte) tuve una reunión muy importante con funcionarios de un prestigioso organismo internacional. Todos esperaban al consultor que venía a ayudarles a resolver sus múltiples problemas y en cambio llegué yo. Es decir, yo estaba capacitado para hacer mi trabajo, pero la sorpresa fue general. “He’s a boy!” exclamó al fin uno de ellos rompiendo el silencio general de la sala, como aquel niño del cuento que se atrevió a gritar en medio del desfile que el emperador estaba desnudo. Solo después de muchas horas de trabajo con ellos me gané su confianza.

Al parecer nadie esta contento del todo con su imagen. Todos quisieran un poquito menos o un poquito más de cualquier cosa: en el pecho, en las piernas, en los brazos, en el abdomen, por doquier. Como ya dije, no es que yo quiera que los años se me noten. Pero me doy cuenta de que el rostro dice mucho y el mío a veces se presta a engaños. Por ahora he decidido mostrarlo con alegría, porque tengo el presentimiento de que un buen día los años finalmente me van a alcanzar y cual versión criolla de Dorian Gray, mi imagen en el espejo reflejará finalmente mi edad, mientras que mi mente será de nuevo la de un niño grande, un abuelo senil. La vida tiene ironías así y a mi me encantan las ironías.

De todo esto se desprende una pregunta a manera de corolario: ¿los preferimos mayores, menores, de nuestra misma edad o nos es indiferente? Personalmente siempre me había sentido atraído hacia las personas menores que yo, aunque eso sí, mayores de veinte, pero eso ha venido cambiando con el paso de los años. Ahora me interesan más las personas de mi edad o donde la diferencia de edades (mental y cronológica) no se note mucho. Hay que decir sin embargo que conozco gente de veinte que mentalmente puede tener treinta y gente de treinta que no ha salido de la adolescencia, así que la simple edad no es garantía de nada. Por ahora no me he sentido realmente atraído por alguien mucho mayor que yo, ni siquiera los viejitos “lindos” que siempre salen a colación en estos temas, como Pierce Brosnan (que para mi ya es muy maduro) o Sean Connery (que eso sí, cuando joven era un churro).

Yo sé que existen personas a las que les encantan los más pollos, otros se mueren por los más maduritos. Hay de todo, como en botica. Creo que aunque me sigan gustando jovencitos, la verdad es que ahora sé que lo que busco de una pareja lo puedo encontrar más fácilmente en personas de mi edad o similares. Mi abuela tenía dos dichos: “El que se acuesta con niños amanece mojado” y “las edades se buscan”. ¿Será que tenía razón mi sabia abuela? Dicho de otra forma: ¿La diferencia de edad importa? Yo creo que en general sí. No me veo saliendo con alguien de 19 o de 40 porque creo que tendríamos poco en común, aunque eso mismo a veces sea una ventaja, pero claro, con los hombres nunca se sabe nada, no se puede hablar en términos absolutos, a lo mejor a la vuelta de un mes termino enamorado de mi vecino, un viejito setentón que fuma pipa y me mira con ensoñación, pero a quien nunca le he dirigido la palabra más allá del necesario “buenos días”. Debería charlar con él, tal vez se asombre al saber que no soy tan joven como piensa, auque a su edad, alguien de 25 o 31, viene a ser lo mismo.


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Apunte final 1: en MovieCity están dando la comedia romántica "Prime", donde la casi cuarentona Uma Thurman se enamora del churrísimo Bryan Greenberg de 23. La pobre Uma sufre un montón tratando de disfrutar un romance que no parece ir a ninguna parte. Me identifico totalmente con el drama de la pobre. No es una obre de arte, pero es entretenida y el churro enamora a cualquiera.

Apunte final 2: con tanto congresista temblando por sus vínculos paras todo el Congreso se quedará hablando de eso y me temo que la Ley de Protección Social para Parejas del mismo Sexo no verá la luz en esta legislatura. Sería sorprendente que supiéramos algo nuevo en estas últimas semanas del 2006. Habrá que esperar hasta el otro año.

Apunte final 3: el Sungay de Cha-cha es B U E N I S I M O. Y si el lunes siguiente es festivo es dos veces buenísimo. Este domingo 19 se repite la función.

Apunte final 4: dos artículos de la misma edición de Semana.com que me parecieron increíblemente dicientes: en el primero, aquí en Colombia, un pastor cristiano despistado y ofensivo hace lobby usando pornografía barata para hundir la ley de Protección Social para Parejas del mismo Sexo, mientras que en Alemania, el acalde de Berlín es abiertamente gay y posible candidato para reemplazar a doña Angela Merkel. Por eso es que nosotros estamos donde estamos y ellos donde están.