martes, mayo 15, 2007

¿Sexiest?

Como últimamente he estado con temas demasiado profundos, hoy quiero hablar de algo muy, muy lite. Lo expongo con esta pregunta: ¿Son los muchachos de hoy más sexies y atractivos? (ojo: no hablo solo de los gay) En mi época recuerdo que de vez en cuando un se cruzaba con un churro en la calle, pero es que últimamente se me antoja que hay más bellezas por ahí sueltas, aunque todos tienen como común denominador que están entre los 17 y 23. ¿Será que acaso van más al gimnasio, comen menos calorias, hacen más ejercicio? ¿O será la moda de estos días? (porque las pintas noventeras de mis épocas de universitario ahora me parecen horribles y no ayudaban en nada a verse mejorcito, definitivamente en moda no todo tiempo pasado fue mejor) ¿O es que acaso están más en contacto con su lado femenino y se cuidan más, se visten con más atención, son más conscientes de su sensualidad? Los muchachitos bogotanos de hoy en día me parecen super sexies, super sensuales, no sé qué es lo que tienen (aclaro que no todos son bellos, pero sí que ahora hay más). No es que sean unos tipos gigantes y musculosos de quijada cuadrada. No. Se trata de una invasión de bellos muchachos que llaman la atención, que parecen estar más seguros de sí mismos y que saben que ellos también pueden verse bellos si quieren. Tienen una gracia y cierta actitud que definitivamente mi generación no tuvo. Tengo otra hipótesis: la fuerte migración que durante muchas décadas pasadas recibió la ciudad de todas partes del país le cambió, literalmente, la cara a esta ciudad. El típico bogotano cundiboyacense, cachiterrojo y rígido ha dado paso (al menos parcialmente) a un nuevo hombre que representa la variedad genética que aquí se ha reunido. Creo que hay un nuevo bogotanito más bello y además, para no quedarnos en una superficialidad, más orgulloso de su de sí mismos y su ciudad. O será que por el contrario, ¿todo se debe a que mis ojos me engañan y a que me estoy volviendo un viejito verde afectado por cierto mal de vereda?

martes, mayo 08, 2007

El último ladrido de Fernando Vallejo

En la pasada feria del libro compré El fuego secreto, una novela de Fernando Vallejo que el escritor antioqueño publicó en 1986 y que hace parte de su autobiografía El río del tiempo, que incluye otros cuatro títulos. El fuego secreto por lo que he visto hasta ahora, habla de sus tiempos de juventud en Medellín y está escrita, como siempre en él, con rabia, con dureza, con esa prosa que devora todo lo que toca. Vallejo no tiene pelos en la lengua, ninguno. Todo lo que piensa lo dice con inquina, con redundancia, para que quede bien claro cual es su visión del mundo, de Colombia y sus habitantes. No es apto para todos los públicos: clasificación "R". Y sin embargo, Vallejo es uno de los grandes escritores que ha dado Colombia. Hace poco, para no ir muy lejos, El Desbarrancadero y La Virgen de los sicarios fueron elegidas por expertos de toda Hispanoamérica como dos de las novelas más importantes escritas en castellano en los últimos 25 años.

Empecé a leerlo por curiosidad hace algunos años en la universidad, incrédulo de que existiese un escritor colombiano “excelente aunque homosexual” según palabras de un tontarrón compañero de clases a quien en todo caso agradezco habérmelo dado a conocer. Lo primero que pensé, luego de leer las primeras diez páginas de Años de indulgencia es que ese tipo estaba loco, que era un desadaptado y un rencoroso. Como el libro lo pedí prestado de la biblioteca de la universidad y tuve que devolverlo a las dos semanas, aún sin terminarlo, por mucho tiempo no volví a saber del escritor paisa. Hasta que luego volvió a hablarse de él cuando se hizo la versión cinematográfica de La Virgen de los sicarios. Nunca he visto esa película porque el día en que quise hacerlo unos locos sicópatas pusieron una bomba en el centro comercial donde estaba el teatro al que me dirigía. Fue uno de los días más aterradores de mi vida y puedo decir que mi segundo intento por asomarme al mundo de Vallejo casi me cuesta la vida. Frustrado pero nuevamente curioso, sin ningún deseo ya de ver la película, preferí comprar el libro y lo que leí esta vez me dejó impresionado. ¿Cómo no identificarme con la rabia infinita y la profunda violencia con la que estaba escrita esa novela si dos semanas antes medio centro comercial por donde yo transitaba inocentemente voló en mil pedazos? ¿Cómo no estar de acuerdo con que este país camina siempre al borde del precipicio? (aunque yo siempre quiera creer eso, que caminamos en el borde, mientras que Vallejo hace rato nos echó al fondo y nos dio a todos por muertos) Y además, ¿cómo no sentir pena por ese pobre diablo que se enamora de ese diablillo justiciero, tan bello como maldito, héroe de esa historia vertiginosa? Después de La Virgen no pude dejar de leer a Vallejo. Seguí luego con el hermoso pero desgarrador El desbarrancadero y luego las aventuras de Porfirio Barba-Jacob (como él, genio incomprendido en su patria, a parte de que homosexual irredento) en El Mensajero. Y así sucesivamente muchos otro libros, teniendo siempre mucho cuidado de leerlo con prevención, no sea que su dolor y rabia profundos se apoderen de mí. Y tomando siempre espacio entre uno y otro, porque para que todos tengamos claro cuál es su negra visión del mundo, no se cansa de repetirnos sus odios hasta el cansancio.

Tengo que decir aquí lo que más me magnetizó de su obra y su personalidad excéntrica, es su homosexualidad declarada, sin prejuicios y con orgullo. Proclama a a los cuatro vientos sus gustos sexuales. Sublima la belleza masculina. Sin embargo, coherente con su espíritu oscuro, su literatura está llena de relaciones dolorosas donde todo lo que importa es la belleza del amado. Lo único bello en el mundo apocalíptico de Vallejo toma la forma de hermosos muchachos. Y cuando éstos aparecen en sus páginas, todo se redime, al menos por fugaces momentos en que el maestro detiene su cólera para regalarnos hermosos poemas a la belleza, al amor (aunque sea un amor sombrío), a la esperanza. Son fugaces esos momentos de cielo azul, sí, pero son incontestables.

Vallejo, como muchos, no es profeta en su tierra. En el exterior es reconocido como uno de los grandes escritores colombianos (para muchos solo superado por García Márquez, para otros simplemente el mejor). Exiliado en México hace muchos años, la gente del común no sabe mucho de él aquí en Colombia. Sin embargo es el escritor más singular, profundo, rabioso, pulcro en estilo, desgarrador, cruel, inteligente, genial e histérico con que cuenta las letras colombianas. Para mí es simplemente el mejor. Es al que más he leído en los últimos años, al que más he seguido, al que más conozco. Y por lo mismo no me sorprende su decisión de renunciar a la nacionalidad colombiana. Solo a quienes no lo han leído les parecerá un exabrupto, una locura y hasta agradecerán su gesto. Sin embargo todo es una muestra de coherencia de su parte (y no sé hasta que punto, puro humor negro, negrísimo). En toda su obra Colombia aparece como la mala patria, la mala madre, la asesina. Y claro, como nadie quiere que le digan que la madre es una mala mujer (aunque lo sea), muchos lo odian y no ven más allá de sus improperios, como si a eso se limitara su obra. Como si atrás de tanta iracundia no hubiera un hombre asustado, herido y solitario. Su furia esconde a un genio torturado por sus propios fantasmas. Y ahora, luego de hacerse mexicano, el perro rabioso se convierte además en perro hereje que se atreve a negar a su madre patria. Como si bastara con decirlo para negar la patria. Como si ella no se llevara siempre adentro, respirando por cada poro, hablando por nosotros en nuestro acento, en nuestras formas, en nuestros recuerdos más profundos. Porque se puede negar el pasaporte, pero el espíritu labrado por la fuerza del pasado, del tiempo y la infancia, como bien lo sabe el viejo Vallejo, son innegables.

En El desbarrancadero, escribe:

“Colombia asesina, mala patria, ¡país hijo de puta engendro de España! ¿A quién estás matando ahora, loca?"

Ahí, en esa frase está pintado Fernando Vallejo, sin duda el más repudiado de los escritores que ha dado la “mala patria”. Y sin embargo, el grande, el maldito.