Andrea
Bueno niña, te casas entonces, qué le vamos a hacer, yo sabía que este día iba a llegar, no tan pronto, ni tan rápido, ni tan de repente… pues que seas feliz; alegría y felicidad es lo único que puedo desearte.
* * *
No recuerdo el día exacto, pero corría el año 92. Era de noche, las 7 acaso. Me asomé a la ventana y ahí estaba: mi vecina de enfrente, hablando con una amiga en la puerta de su casa. Mi vecina de enfrente, mi misteriosa y bella vecina de enfrente que casi nunca salía a la calle y a quién nunca en mi vida le había dirigido la palabra, aunque habíamos sido vecinos desde que nacimos. Mi vecina de enfrente, a quien a veces cuando se bajaba del bus del colegio seguía a poca distancia hasta casi poder tocar su pelo. Mi vecina, a quien siempre vi como una diosa lejana, inalcanzable, ajena a mí. Y sin embargo, esa noche del 92 me armé de valor, con el corazón a mil, crucé la calle y le dije “hola, siempre había querido conocerte”. Se quedó un rato sorprendida pero fue muy cordial y hablamos un rato. Y luego de eso, lo usual: “boy meets girl”, aunque yo nunca pensé que ella se iba a interesar en mí.
Por esos días, en la plenitud de mi adolescencia, yo era todo confusión. Mi esqueleto colgado en el closet siempre había estado ahí, por supuesto, aunque en esos años estaba en el lugar más remoto de todo el ropero (porque mi closet llegó a ser tan grande como el de Narnia). Sin embargo el tiempo que estuve con Andrea fue maravilloso: nos amamos, reímos, soñamos, lloramos (ella más que yo, perdóname otra vez) y fuimos felices… pero no comimos perdices. El amor eterno solo dura un tiempito.
Como es de esperar yo fui el culpable de todas nuestras desgracias. El esqueleto en el closet empezaba a salir de su rincón oscuro y olvidado y en el esfuerzo por salir de su encierro producía un desorden terrible, ruidos molestos, ideas fugaces que me confundían y me hacían sufrir montones. No podía soportarlo. La puntilla en la sien fue una frase de aquellas que luego retumban para siempre en la memoria. En una reunión con su familia, Andrea dijo “mi primo está como bueno” y yo dentro de mí y para mi propio asombro, asentí. A mi también me gustaba el primo, mierda, todo se había puteado. El esqueleto adentro ahora golpeaba con fuerza la puerta con sus manos huesudas y ruidosas; la puerta se desencajaba y las bisagras rechinaban. Había que dejarlo salir de allí o yo terminaría en el manicomio.
Y empecé a recorrer el largo camino que lleva de la liberación de ese esqueleto horrendo hasta el punto en que terminas por querer y apreciar a tu huesudo amigo. Pero esa es otra historia y hoy no vine a eso.
Durante mucho tiempo seguimos en contacto con Andrea, aunque yo nunca pude encontrar de nuevo a alguien como ella, con su don maravilloso de ver la vida desde ese ángulo poético y crítico, profundo y sereno, sin concesiones ni alardes, a veces duro y desesperado, siempre único y demoledor. Pasaron muchos años, diez al menos, para que le pudiera confesar “mi secreto”. Nuevamente lágrimas, nuevamente abrazos, pero me quité un peso de encima y ella me aceptó sin reservas.
* * *
Y ahora te casas. Pues que la vida sea para ti pura felicidad junto a él, afortunado él, cuanto lo envidio. Besos Andrea querida y recuerda en todo caso que siempre tendrás en mi corazón un lugar grande, bien grande. Y muchas gracias por:
1. Tu cartica escrita en rosado y doblada hasta formar un cuadrado que me diste en el colegio.
2. Los dibujos que hiciste de nosotros en esa carta.
3. Tus besos y caricias de esos años que hoy son un preciado recuerdo. Considérate la única mujer en mi vida.
4. Esa tarde en la cama de tu hermano.
5. Tu blusa blanca de 16 botones que yo desabrochaba en una hora.
6. Tus lágrimas de felicidad (y las mías subsiguientes) cuando nos dábamos cuenta de lo mucho que nos amábamos.
7. Esa noche de vino que terminó en el cuarto de san Alejo.
8. Tus abrazos de oso.
9. Tus conversaciones intensas, inteligentes y solemnes sobre política internacional, el hambre en Etiopia, los desplazados, el efecto invernadero, Luis Caballero y Los Simpson.
10. Haberme presentado a mis amigos Mercedes, Silvio y Pablo (aunque tu ahora reniegues de ellos).
11. Esperarme cuando me fui a prestar el servicio, aunque solo me haya ido por un día.
12. La tarde en el parque, echados en el pasto, soñando viajes que nunca hicimos.
13. Mostrarme la poesía de un charco.
14. … y la del viento frío.
15. Servir de musa para hacerme decir que “las cosas grandes son azules, nuestro amor es azul” sin que sonara cursi en su momento.
16. Nuestras escaladas al tanque de agua de mi casa para ver Monserrate cuando atardecía.
17. Hacerme sentir el tipo más guapo del barrio.
18. Leerme cuentos en el sofá de tu casa (hasta dormirme) en esas noches de desvelo, oyendo INXS, U2 ochentero y Tracy Chapman.
19. Convencerme de estudiar lo que estudié y no haber seguido así con lo de ser médico.
20. Los brownies con helado en la Pizza Nostra.
21. La tarjeta con el poema de Benedetti que me diste en Famas y Cronopios y que decía: “en la calle codo a codo somos mucho más que dos” (verso que dio origen a una famosa canción).
22. Recordar que Ética, Política, Economía y Estética son las cuatro patas de este mundo chueco y que eso lo aprendiste de mí.
23. Cuidarme esa noche en mi casa cuando estaba operado y aguantarte mi desvelo y mi sufrimiento por no saber nada de ya sabes quien.
24. Tus historias triviales que adquieren no sé qué belleza y poesía en tu boca.
25. Tu propia belleza mágica y clásica.
26. Enseñarme el jugo de arazá en Minimal.
27. Abrazarme cuando lloré recordando días difíciles y situaciones duras.
28. Saber que cuento contigo y que siempre estás ahí aunque no hablemos todos los días.
29. Tu invaluable amistad.
30. Aceptarme como soy y seguir queriéndome.
Y no sigo porque se llenaría el servidor de blogger.com
Si el esqueleto aquel no hubiera existido, tal vez sería yo quien ahora estuviera contigo el sábado en la iglesia, quien sabe, a lo mejor sí, a lo mejor no. Pero la vida no lo quiso así. Sin embargo, ahora tenemos una amistad grande, gigante, a prueba de todo. Te deseo felicidad en tu nueva vida, alegrías infinitas y amor duradero. Y dame muchos sobrinos. Les hablaré siempre de la madre maravillosa que tienen.
Con amor,
Yo
* * *
No recuerdo el día exacto, pero corría el año 92. Era de noche, las 7 acaso. Me asomé a la ventana y ahí estaba: mi vecina de enfrente, hablando con una amiga en la puerta de su casa. Mi vecina de enfrente, mi misteriosa y bella vecina de enfrente que casi nunca salía a la calle y a quién nunca en mi vida le había dirigido la palabra, aunque habíamos sido vecinos desde que nacimos. Mi vecina de enfrente, a quien a veces cuando se bajaba del bus del colegio seguía a poca distancia hasta casi poder tocar su pelo. Mi vecina, a quien siempre vi como una diosa lejana, inalcanzable, ajena a mí. Y sin embargo, esa noche del 92 me armé de valor, con el corazón a mil, crucé la calle y le dije “hola, siempre había querido conocerte”. Se quedó un rato sorprendida pero fue muy cordial y hablamos un rato. Y luego de eso, lo usual: “boy meets girl”, aunque yo nunca pensé que ella se iba a interesar en mí.
Por esos días, en la plenitud de mi adolescencia, yo era todo confusión. Mi esqueleto colgado en el closet siempre había estado ahí, por supuesto, aunque en esos años estaba en el lugar más remoto de todo el ropero (porque mi closet llegó a ser tan grande como el de Narnia). Sin embargo el tiempo que estuve con Andrea fue maravilloso: nos amamos, reímos, soñamos, lloramos (ella más que yo, perdóname otra vez) y fuimos felices… pero no comimos perdices. El amor eterno solo dura un tiempito.
Como es de esperar yo fui el culpable de todas nuestras desgracias. El esqueleto en el closet empezaba a salir de su rincón oscuro y olvidado y en el esfuerzo por salir de su encierro producía un desorden terrible, ruidos molestos, ideas fugaces que me confundían y me hacían sufrir montones. No podía soportarlo. La puntilla en la sien fue una frase de aquellas que luego retumban para siempre en la memoria. En una reunión con su familia, Andrea dijo “mi primo está como bueno” y yo dentro de mí y para mi propio asombro, asentí. A mi también me gustaba el primo, mierda, todo se había puteado. El esqueleto adentro ahora golpeaba con fuerza la puerta con sus manos huesudas y ruidosas; la puerta se desencajaba y las bisagras rechinaban. Había que dejarlo salir de allí o yo terminaría en el manicomio.
Y empecé a recorrer el largo camino que lleva de la liberación de ese esqueleto horrendo hasta el punto en que terminas por querer y apreciar a tu huesudo amigo. Pero esa es otra historia y hoy no vine a eso.
Durante mucho tiempo seguimos en contacto con Andrea, aunque yo nunca pude encontrar de nuevo a alguien como ella, con su don maravilloso de ver la vida desde ese ángulo poético y crítico, profundo y sereno, sin concesiones ni alardes, a veces duro y desesperado, siempre único y demoledor. Pasaron muchos años, diez al menos, para que le pudiera confesar “mi secreto”. Nuevamente lágrimas, nuevamente abrazos, pero me quité un peso de encima y ella me aceptó sin reservas.
* * *
Y ahora te casas. Pues que la vida sea para ti pura felicidad junto a él, afortunado él, cuanto lo envidio. Besos Andrea querida y recuerda en todo caso que siempre tendrás en mi corazón un lugar grande, bien grande. Y muchas gracias por:
1. Tu cartica escrita en rosado y doblada hasta formar un cuadrado que me diste en el colegio.
2. Los dibujos que hiciste de nosotros en esa carta.
3. Tus besos y caricias de esos años que hoy son un preciado recuerdo. Considérate la única mujer en mi vida.
4. Esa tarde en la cama de tu hermano.
5. Tu blusa blanca de 16 botones que yo desabrochaba en una hora.
6. Tus lágrimas de felicidad (y las mías subsiguientes) cuando nos dábamos cuenta de lo mucho que nos amábamos.
7. Esa noche de vino que terminó en el cuarto de san Alejo.
8. Tus abrazos de oso.
9. Tus conversaciones intensas, inteligentes y solemnes sobre política internacional, el hambre en Etiopia, los desplazados, el efecto invernadero, Luis Caballero y Los Simpson.
10. Haberme presentado a mis amigos Mercedes, Silvio y Pablo (aunque tu ahora reniegues de ellos).
11. Esperarme cuando me fui a prestar el servicio, aunque solo me haya ido por un día.
12. La tarde en el parque, echados en el pasto, soñando viajes que nunca hicimos.
13. Mostrarme la poesía de un charco.
14. … y la del viento frío.
15. Servir de musa para hacerme decir que “las cosas grandes son azules, nuestro amor es azul” sin que sonara cursi en su momento.
16. Nuestras escaladas al tanque de agua de mi casa para ver Monserrate cuando atardecía.
17. Hacerme sentir el tipo más guapo del barrio.
18. Leerme cuentos en el sofá de tu casa (hasta dormirme) en esas noches de desvelo, oyendo INXS, U2 ochentero y Tracy Chapman.
19. Convencerme de estudiar lo que estudié y no haber seguido así con lo de ser médico.
20. Los brownies con helado en la Pizza Nostra.
21. La tarjeta con el poema de Benedetti que me diste en Famas y Cronopios y que decía: “en la calle codo a codo somos mucho más que dos” (verso que dio origen a una famosa canción).
22. Recordar que Ética, Política, Economía y Estética son las cuatro patas de este mundo chueco y que eso lo aprendiste de mí.
23. Cuidarme esa noche en mi casa cuando estaba operado y aguantarte mi desvelo y mi sufrimiento por no saber nada de ya sabes quien.
24. Tus historias triviales que adquieren no sé qué belleza y poesía en tu boca.
25. Tu propia belleza mágica y clásica.
26. Enseñarme el jugo de arazá en Minimal.
27. Abrazarme cuando lloré recordando días difíciles y situaciones duras.
28. Saber que cuento contigo y que siempre estás ahí aunque no hablemos todos los días.
29. Tu invaluable amistad.
30. Aceptarme como soy y seguir queriéndome.
Y no sigo porque se llenaría el servidor de blogger.com
Si el esqueleto aquel no hubiera existido, tal vez sería yo quien ahora estuviera contigo el sábado en la iglesia, quien sabe, a lo mejor sí, a lo mejor no. Pero la vida no lo quiso así. Sin embargo, ahora tenemos una amistad grande, gigante, a prueba de todo. Te deseo felicidad en tu nueva vida, alegrías infinitas y amor duradero. Y dame muchos sobrinos. Les hablaré siempre de la madre maravillosa que tienen.
Con amor,
Yo
3 comentarios:
Hay varias formas de conocer a las personas. Lo que conozco de Andrea es a través de sus ojos que me insinuaban que me enamorará de ella, finalmente me la presentaron en vivo y en directo... hoy me gusta verla a través de sus ojos.
Uy! niño se me aguaron los ojos al leer esta bella descripción!
Ciertamente ha sido mejor ser sincero con ella y dejar que el esqueleto hubiera salido...
Un Abrazo
Escudo de Roble: infortunadamente en este caso es difícil que aplique aquello de que "no pierdes una amiga, ganas un amigo". Siento mucho la pérdida, pero quedo encantado al leer tus post. Si esto ha de darte tema para más, bienvenido sea. Y suerte y pulso para Andrea.
Un admirador.
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