El Viejo Señor Cohen
Esta historia la escribí hace ya algún tiempo. En ese entonces estaba haciendo mi postgrado y en mi salón había alguien que me llamaba mucho la atención, pero como a veces soy medio tímido no tenía ni idea de como acercármele. Le mandé por e-mail y de manera anónima esta historia, diciendo, cursi yo, que se la enviaba un admirador. Otro día contaré qué paso con él. Ahí les va...
* * *
El viejo señor Cohen
Para Andrés, a quien desde lejos admiro.
El viejo señor Cohen sale del moderno edificio, cubriéndose el rostro con su mano huesuda, enceguecido por la luz de la mañana. La sensación de tibieza del sol lo reconforta y el joven ayudante que lo acompaña le pasa unas gafas del sol, talvez demasiado modernas para su apariencia. Un vehículo los espera. Su joven ayudante le indica que suba en él y el viejo señor Cohen lo hace lentamente, todavía no muy acostumbrado a mover sus largas y delgadas piernas. El auto se pone en movimiento, avanzando con pereza entre el tráfico. Al tomar la calle F, el viejo señor Cohen se asombra de cuanto ha cambiado su antigua calle del paseo vespertino. La vieja escuela pública ha desaparecido. Una torre de concreto y vidrio se alza desafiante en su lugar. La estatua del prócer ha sido reemplazada por algo que parece ser una cabina telefónica. Los viejos cedros ya no están. El viejo señor Cohen se estremece cuando el vehículo toma la Avenida Rosales y se aproxima a su mansión. Siente su corazón galopar más rápido y un escalofrío le recorre el cuerpo. Ahí está su antigua casa, tal como la dejó, aunque el vecindario es ahora tan diferente que casi no puede reconocerlo. Lentamente se abren las verjas de hierro. El jardín parece intacto, pero un vistazo rápido sobre el raquítico durazno le hace notar que Santias, el papagayo, ya no está. El ayudante baja del vehículo apresurado y abre la gigante puerta de la casa. El viejo señor Cohen lo sigue, y al entrar le complace ver por un rato que todo está en su lugar. Pide al ayudante que espere afuera. Jeremías, su hermoso collie, que siempre le ladraba a modo de saludo mientras batía el rabo, no sale esta vez a su encuentro. El silencio inquietante de la mansión lo acongoja. Se pasa el pañuelo de seda por la frente sudorosa. Va al salón y se detiene ante el piano. Su hija, muerta hace tiempo, ya no lo tocará más. Entra a su estudio y se sienta en la hermosa silla de cuero, frente al escritorio de caoba. Pasa un dedo sobre la brillante superficie y nota que no hay rastro de polvo sobre el mueble. Los de la compañía de limpieza habían hecho una labor excelente. Y ahí, al lado del teléfono, sobre la reluciente superficie, está su antigua libreta personal que lo había estado esperando pacientemente todos esos años. La toma con reverencia infinita. Está tan vieja que teme que se deshoje. Abre en la "C" y ve escrito con su letra: Cano, Felipe. Marca el número que aparece enfrente, indeciso. Una vocecilla metálica le dice que el número no existe. El sabe que ni siquiera su amado Felipe existe ya. El viejo señor Cohen llora. ¿A qué ha vuelto? ¿Para qué lo han resucitado? ¿Valdrá la pena la vida sin encontrarse todas las tardes con los niños de la escuela cercana a los que ponía dulces en sus manos impacientes? ¿Valdrá la pena despertar de la siesta sin oír los trabalenguas inteligibles de Santias? ¿Valdrá la pena llegar a casa sin ver la cara tonta que Jeremías ponía al saludarlo, no escuchar más la música del piano ni oler el fresco aroma de su hija, abrazándolo? ¿Valdrá la pena vivir sin escuchar del otro lado del teléfono la voz serena de su Felipe? Para estar sólo en la vida, para sentir que hasta la luz del sol es extraña, es mejor estar muerto. ¡Qué desperdicio haber pagado tanto dinero! Mejor se lo hubiera gastado en un viaje al Himalaya, como le sugirió su hija, ciento tres años antes, cuando pagó una cantidad inmensa para que lo congelaran el día que muriera.
E.D.R. ®
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El viejo señor Cohen
Para Andrés, a quien desde lejos admiro.
El viejo señor Cohen sale del moderno edificio, cubriéndose el rostro con su mano huesuda, enceguecido por la luz de la mañana. La sensación de tibieza del sol lo reconforta y el joven ayudante que lo acompaña le pasa unas gafas del sol, talvez demasiado modernas para su apariencia. Un vehículo los espera. Su joven ayudante le indica que suba en él y el viejo señor Cohen lo hace lentamente, todavía no muy acostumbrado a mover sus largas y delgadas piernas. El auto se pone en movimiento, avanzando con pereza entre el tráfico. Al tomar la calle F, el viejo señor Cohen se asombra de cuanto ha cambiado su antigua calle del paseo vespertino. La vieja escuela pública ha desaparecido. Una torre de concreto y vidrio se alza desafiante en su lugar. La estatua del prócer ha sido reemplazada por algo que parece ser una cabina telefónica. Los viejos cedros ya no están. El viejo señor Cohen se estremece cuando el vehículo toma la Avenida Rosales y se aproxima a su mansión. Siente su corazón galopar más rápido y un escalofrío le recorre el cuerpo. Ahí está su antigua casa, tal como la dejó, aunque el vecindario es ahora tan diferente que casi no puede reconocerlo. Lentamente se abren las verjas de hierro. El jardín parece intacto, pero un vistazo rápido sobre el raquítico durazno le hace notar que Santias, el papagayo, ya no está. El ayudante baja del vehículo apresurado y abre la gigante puerta de la casa. El viejo señor Cohen lo sigue, y al entrar le complace ver por un rato que todo está en su lugar. Pide al ayudante que espere afuera. Jeremías, su hermoso collie, que siempre le ladraba a modo de saludo mientras batía el rabo, no sale esta vez a su encuentro. El silencio inquietante de la mansión lo acongoja. Se pasa el pañuelo de seda por la frente sudorosa. Va al salón y se detiene ante el piano. Su hija, muerta hace tiempo, ya no lo tocará más. Entra a su estudio y se sienta en la hermosa silla de cuero, frente al escritorio de caoba. Pasa un dedo sobre la brillante superficie y nota que no hay rastro de polvo sobre el mueble. Los de la compañía de limpieza habían hecho una labor excelente. Y ahí, al lado del teléfono, sobre la reluciente superficie, está su antigua libreta personal que lo había estado esperando pacientemente todos esos años. La toma con reverencia infinita. Está tan vieja que teme que se deshoje. Abre en la "C" y ve escrito con su letra: Cano, Felipe. Marca el número que aparece enfrente, indeciso. Una vocecilla metálica le dice que el número no existe. El sabe que ni siquiera su amado Felipe existe ya. El viejo señor Cohen llora. ¿A qué ha vuelto? ¿Para qué lo han resucitado? ¿Valdrá la pena la vida sin encontrarse todas las tardes con los niños de la escuela cercana a los que ponía dulces en sus manos impacientes? ¿Valdrá la pena despertar de la siesta sin oír los trabalenguas inteligibles de Santias? ¿Valdrá la pena llegar a casa sin ver la cara tonta que Jeremías ponía al saludarlo, no escuchar más la música del piano ni oler el fresco aroma de su hija, abrazándolo? ¿Valdrá la pena vivir sin escuchar del otro lado del teléfono la voz serena de su Felipe? Para estar sólo en la vida, para sentir que hasta la luz del sol es extraña, es mejor estar muerto. ¡Qué desperdicio haber pagado tanto dinero! Mejor se lo hubiera gastado en un viaje al Himalaya, como le sugirió su hija, ciento tres años antes, cuando pagó una cantidad inmensa para que lo congelaran el día que muriera.
E.D.R. ®
9 comentarios:
Cada vez que leo alguna historia aprendo algo. Esta reafirma lo que ya intuia: la muerte es una necesidad del hombre.
Amigo:
Maravilloso, No hay más palabras.
Gracias por compartirla con nosotros.
Clap Clap Clap!
Sin palabras...Simplemente hermosa
La escritura habla sin tapujos sobre su autor. Absolutamente conmovedor, no sabes lo bien que este cuento habla de ti.
Historias como estas son las que nos alegran la existencia
Linda Historia, debemos recordar como valorar la vida puesto que no va mas allá de lo que ya tenemos.
Muy buena,muy buena, ah potra cosa te inclui en mis contactos, espero no te moleste.
1) llevo bastante rato pensando que puedo poner aquí...
2) la historia llega al corazón, que uno como sin saber ¿por qué hace tantas bobadas en la vida?
3) no me imagino que habría hecho yo si me escriben eso
Hola!, gracias por el maravilloso comentario que dejaste sobre mi último post. Mi intención primordial no era incitar a una reflexión sino hacer una crítica constructiva sobre una de las concepciones más absurdas que existe en este gremio, sin embargo, el hondo calado que tuvo en ti, me motiva a elaborar más escritos de estilo... así sea para aportar mi granito de arena a una naciente "cultura" de gremio.
Nota 1: Fruna es más linda de lo que te puedes imaginar.
Nota 2: Sigo indeciso.
Un abrazo.
Te felicito!!!
Una muy buena historia, el momento es ahora, nada de amarguras por el pasado, ni angustias por el mañana que no ha llegado.
Saludos,
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