Volver
Las complicaciones de la vida diaria se agrandan luego de las vacaciones. La dura realidad, evadida durante un período diminuto, regresa brutal e inmisericorde. No podemos escapar. Las vacaciones son un derecho inalienable en el mundo moderno, una gran conquista social aunque uno siempre queda con la sensación de que no fue suficiente. El último día de descanso, ante el abismo que significa volver de nuevo a la rutina, me gustaría juntar los índices y detener el tiempo, como hacia la niñita de padre marciano en una comedia gringa y ochentera cuyo nombre olvidé, y quedarse para siempre en la playa, en la piscina, en la cama durmiendo hasta que se pare el ombligo, acostarse hasta que se nos dé la gana. Vuelve uno y no se acopla, la vida se nos muestra como el suplicio que a veces puede ser, y se cae en cuestiones trascendentales tipo “para dónde voy”, “quiero cambiarlo todo” o “quiero mandarlo todo a la mierda”. Y se acarician planes locos como poner por fin el puesto de cervezas en la playa o tener por fin la finca cafetera, chocolatera o de lo que sea o comprar por fin el baloto, con esperanzas ínfimas pero esperanzas al fin y al cabo, de darle al premio gordo. Y quejándonos y haciendo planes efímeros nos vamos acostumbrando nuevamente a la vida de todos los días.
Mi regreso de vacaciones, como se nota por la retahíla que acabo de escribir, ha sido complicado aunque poco a poco me voy ajustando. Como nunca antes el regreso me amargó y la despedida de mis padres, hermanos y sobrino fue más dura esta vez. En el avión de regreso solo pensaba en mis razones para seguir en Colombia y me doy cuenta de que cada vez son más escasas, más escasas, más escasas. Creo que ya pocas me retienen, aunque hay que mencionar a mis grandes amigos y mi abuelo, que cada día está más viejito y en cualquier momento se nos va.
Fue más duro esta vez, porque me acerqué a mi familia un poco más. El propósito principal de mi viaje era salir del closet de una vez por todas. El vivir solo en Colombia por muchos años me ahorró el tener que dar explicaciones y me hizo la vida más fácil. Pero eso se acabó y desde hace algún tiempo me doy cuenta de que salir del closet frente a mi familia es una cuestión de principios, un paso fundamental en la conformación de la persona que quiero ser.
Los planes se quedaron a medias porque con mis padres nunca encontré el momento propicio. En medio del abrazo de nochebuena no podía salir con la noticia bomba como regalo de navidad. Y llegó la hora de hacer la maleta nuevamente y el momento nunca llegó. Sin embargo, con mi hermana si lo conseguí. Fuimos a comer a un restaurante cercano a su trabajo, por la bonita Avenida Lexington un día en que quedamos de ir de compras. Hablamos primero de sus cosas, de su vida en New York, de los viejos y amados tiempos en Colombia, tiempos que ya no volverán. Y luego hablamos de los tiempos futuros, de qué iremos a hacer, de dónde estaremos, pero no me salían las palabras que quería decir, no sabía por donde montar ese toro. Hasta que el cielo me envió un ángel viejo y alto, un anciano de ojos azules, apoyado en un bastón, que se sentó justo en la mesa del lado. Y pensé, “aquí fue” y le dije a mi hermana: “por ejemplo, yo no sé que pasará conmigo cuando tenga esa edad, no sé quién vaya a cuidarme, a quién tendré a mi lado”. Y de ahí pasamos a los hijos y a que “yo no tendré hijos” y al “¿por qué?” y yo “usted ya sabe porqué” y luego “si, yo ya sabía, porque leí una carta que le escribió un amigo suyo, pero estaba esperando que usted me hablara del tema” y yo “pues aquí estamos, ya lo dije”, pero en realidad yo nunca dije “gay” ni “homosexual” ni “marica” ni nada. No hubo necesidad. Y ella sentenció lo que uno siempre desea que le digan ese día: “A mi eso no me importa, yo a usted lo quiero como sea, lo quiero mucho”. Y las lágrimas se nos salieron. Hablamos como tres horas esa tarde, de lo divino y lo humano y sentí lo mucho que quiero a mi hermana y lo mucho que ella me quiere. “Mi mamá ya debe saberlo también” me dijo. “La mamá siempre sabe pero yo se lo voy a confirmar” contesté. Pero no pude encontrar el momento para hablar con ella ni con mi padre. Será para la próxima. Quiero creer, y a lo mejor así será, que no tendremos un drama, ni habrá una tragedia, creo que ya todos, por diversas razones, se han hecho a la idea. Es una obligación con ellos y conmigo mismo que se los confirme. Y sé que me querrán como soy, porque en realidad, ya me quieren como soy. Y seré muy feliz.
Y aquí estoy: de nuevo en Bogotá, haciendo planes para este año, que se irá tan rápido como el anterior. Aquí estoy: triste y feliz a la vez. Lo llaman melancolía.
* * *
Apunte final: no fui de paseo por el Village ni por Chelsea. No tuve tiempo y el día que lo tuve llovío todo el día. Me quedé en mi casa con mi mi mamá y mis hermanos tomando chocolate caliente, viendo videos caseros y recordando viejos tiempos. La verdad es que eso me pareció mejor plan que irme a caminar por la jungla gay de NY. Yo puedo hacer un plan de esos cualquier día del año (aunque tenga que hacerlo por Chapinero), pero ver con mi familia la primera comunión de mi hermano o el paseo al Neusa de hace 15 años es algo que solo puedo hacer cada cierto tiempo. Si se pone todo en la balanza, adivienen qué gana !
Mi regreso de vacaciones, como se nota por la retahíla que acabo de escribir, ha sido complicado aunque poco a poco me voy ajustando. Como nunca antes el regreso me amargó y la despedida de mis padres, hermanos y sobrino fue más dura esta vez. En el avión de regreso solo pensaba en mis razones para seguir en Colombia y me doy cuenta de que cada vez son más escasas, más escasas, más escasas. Creo que ya pocas me retienen, aunque hay que mencionar a mis grandes amigos y mi abuelo, que cada día está más viejito y en cualquier momento se nos va.
Fue más duro esta vez, porque me acerqué a mi familia un poco más. El propósito principal de mi viaje era salir del closet de una vez por todas. El vivir solo en Colombia por muchos años me ahorró el tener que dar explicaciones y me hizo la vida más fácil. Pero eso se acabó y desde hace algún tiempo me doy cuenta de que salir del closet frente a mi familia es una cuestión de principios, un paso fundamental en la conformación de la persona que quiero ser.
Los planes se quedaron a medias porque con mis padres nunca encontré el momento propicio. En medio del abrazo de nochebuena no podía salir con la noticia bomba como regalo de navidad. Y llegó la hora de hacer la maleta nuevamente y el momento nunca llegó. Sin embargo, con mi hermana si lo conseguí. Fuimos a comer a un restaurante cercano a su trabajo, por la bonita Avenida Lexington un día en que quedamos de ir de compras. Hablamos primero de sus cosas, de su vida en New York, de los viejos y amados tiempos en Colombia, tiempos que ya no volverán. Y luego hablamos de los tiempos futuros, de qué iremos a hacer, de dónde estaremos, pero no me salían las palabras que quería decir, no sabía por donde montar ese toro. Hasta que el cielo me envió un ángel viejo y alto, un anciano de ojos azules, apoyado en un bastón, que se sentó justo en la mesa del lado. Y pensé, “aquí fue” y le dije a mi hermana: “por ejemplo, yo no sé que pasará conmigo cuando tenga esa edad, no sé quién vaya a cuidarme, a quién tendré a mi lado”. Y de ahí pasamos a los hijos y a que “yo no tendré hijos” y al “¿por qué?” y yo “usted ya sabe porqué” y luego “si, yo ya sabía, porque leí una carta que le escribió un amigo suyo, pero estaba esperando que usted me hablara del tema” y yo “pues aquí estamos, ya lo dije”, pero en realidad yo nunca dije “gay” ni “homosexual” ni “marica” ni nada. No hubo necesidad. Y ella sentenció lo que uno siempre desea que le digan ese día: “A mi eso no me importa, yo a usted lo quiero como sea, lo quiero mucho”. Y las lágrimas se nos salieron. Hablamos como tres horas esa tarde, de lo divino y lo humano y sentí lo mucho que quiero a mi hermana y lo mucho que ella me quiere. “Mi mamá ya debe saberlo también” me dijo. “La mamá siempre sabe pero yo se lo voy a confirmar” contesté. Pero no pude encontrar el momento para hablar con ella ni con mi padre. Será para la próxima. Quiero creer, y a lo mejor así será, que no tendremos un drama, ni habrá una tragedia, creo que ya todos, por diversas razones, se han hecho a la idea. Es una obligación con ellos y conmigo mismo que se los confirme. Y sé que me querrán como soy, porque en realidad, ya me quieren como soy. Y seré muy feliz.
Y aquí estoy: de nuevo en Bogotá, haciendo planes para este año, que se irá tan rápido como el anterior. Aquí estoy: triste y feliz a la vez. Lo llaman melancolía.
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Apunte final: no fui de paseo por el Village ni por Chelsea. No tuve tiempo y el día que lo tuve llovío todo el día. Me quedé en mi casa con mi mi mamá y mis hermanos tomando chocolate caliente, viendo videos caseros y recordando viejos tiempos. La verdad es que eso me pareció mejor plan que irme a caminar por la jungla gay de NY. Yo puedo hacer un plan de esos cualquier día del año (aunque tenga que hacerlo por Chapinero), pero ver con mi familia la primera comunión de mi hermano o el paseo al Neusa de hace 15 años es algo que solo puedo hacer cada cierto tiempo. Si se pone todo en la balanza, adivienen qué gana !