Pobres vejetes
Sus relatos eran durísimos y venían acompañados de lágrimas: una señora lesbiana lloraba ante la cámara y decía que no era feliz, que le hubiera gustado encontrar a alguien para acompañar sus últimos días, que no quería llegar a los ochenta. Un señor que casi vivía como mendigo, olvidado en el cuarto de un apestoso inquilinato, se quejaba de que no tenía nada ni nadie y de que en sus días de juventud todo ocurría a las escondidas, demostrar afecto con otro hombre podía significar la cárcel. Y mientras cuenta aquello con un acento a veces indescifrable, se ven imágenes de los jóvenes gay de Madrid en estos días, reunidos en una plaza de Chueca, abrazándose, besándose, viviendo despreocupadamente la vida. El viejo lloriquea y dice que quisiera ser joven de nuevo, vivir la vida con esa plenitud que le fue negada. Otro anciano, que al juzgar por sus ropas no pasa las angustias del anterior, le enseña a la cámara las esquinas donde puede encontrar un prostituto si lo requiere. Dice que es lo único a lo que puede acceder si necesita afecto. El amor ya no vendrá por él, aunque aún sueña con encontrar “su media naranja” y al decirlo sonríe con picardía. Dice que el ocultamiento y la negación le impidieron echar raices y tener una pareja estable. El viejo, claro está, ya no hace levante.
Me quedé pensando el resto de la noche en qué pasaría conmigo cuando llegara a esa edad. Sin lugar a dudas es un miedo que muchos de nosotros hemos sentido y que tenemos que aprender a dominar. Hace parte del proceso de salir del closet. Entender que las probabilidades de terminar los días solo y olvidado son mayores para nosotros que para el resto de la población es difícil y sin duda una de las partes más difíciles de aceptar. No hay más remedio que enfrentarse a esa realidad. Persiste en todo caso, el hecho de que nosotros los gay somos quienes más rechazamos a los viejos homosexuales. Para nosotros, ser gay implica ser joven y atractivo. Las palabras “gay” y “viejo” son palabras que no van juntas, pero “vejete” y “marica” las combinamos sin esfuerzo. Los “vejetes” nos repelen, los evitamos, son el espejo donde no queremos vernos. “Yo no quiero llegar a ser así” decimos cuando algún viejito se nos acerca en un bar o en la calle e intenta ser “amigable”. ¡Pues ya veremos qué dicen los años! Esa discriminación es un contrasentido, se volverá rabiosa contra nosotros.
Cuando yo sea viejo ¿Estaré solo y abandonado? ¿Pasaré mis tardes viendo como los jóvenes viven su vida sin aprehensiones? ¿Renegaré al ver a una pareja de hombres jovenes salir casados de una notaría o una iglesia, mientras sus padres y madres, hermanos, sobrinos, primos, tíos, abuelos y amigos les festejan con una lluvia de arroz? Me preguntaré con frustración “¿Por qué a mi no me pasó eso?”. "La vida es ahora", dicen los comerciales de Visa y no hay nada más cierto. Por lo mismo tengo que aceptar la idea de que esas cosas a mí no me pasarán mientras sea joven y tendré que aprender a vivir sin rencores. Aunque quien sabe, ¡a lo mejor en cinco años nos aprueban el matrimonio! Soñar no cuesta nada.
Los viejos del documental hablan de las bodas entre homosexuales que ahora tienen lugar y se sorprenden de cuanto han cambiado las cosas. Pero no se alegran. Piensan solamente que para ellos es demasiado tarde. Y no paran de hablar de los jóvenes de hoy. No pueden evitar sentirse marginados por aquellos de su propia clase (y de todos los rechazos que soportan ése es talvez el que más les duele). No dejan de preguntarse porqué los gay de hoy viven la vida sin detenerse a pensar que otros lucharon duro para que ellos pudieran salir a la calle y llevar de la mano a su pareja. Ingratitud es lo que sienten esos ancianos. Para ellos hubo cárcel y reproches. Para los jóvenes españoles de hoy, brindis, fiesta, abrazos públicos y celebraciones. Ahora los jóvenes tendrán mayores oportunidades de envejecer acompañados por sus sobrinos, sus hermanos y también por aquellos hijos que hayan podido adoptar, así como por sus nietos. Tendrán las mismas oportunidades que el resto de la humanidad de tener una vejez feliz, aunque así como ocurre con los heterosexuales, nada de eso esté asegurado. Puede que finalmente terminen sus días solos y olvidados, pero al menos les quedará el consuelo de que la sociedad quiso ser más justa con ellos.
Y en nuestro país ¿en qué época vivimos? ¿Nos quejaremos cuando, olvidados en un cuarto solitario, veamos el festejo de la boda en el edificio de enfrente, los novios radiantes, los suegros felices por sus hijos, la mesa llena de regalos? En el estado actual de las cosas, es muy posible. Ciertamente Gayhills no es Chueca, aunque algunos quieran pretender que sí lo es. Y además, Bogotá no es Colombia entera, algo que se nos olvida muy seguido a quienes vivimos en esta ciudad. Sí, hemos avanzado, ya no nos encarcelan, ya hay personas que nos aceptan, otros defienden nuestros derechos en el Congreso. Pero aún estamos iniciando el camino y el trecho que hemos recorrido no es suficiente. La ley todavía nos desampara por completo y no tenemos ninguna oportunidad. Todavía tenemos grandes posibilidades de terminar nuestra vejez solos y de ser protagonistas en un documental del futuro sucesor de Pirry, donde se muestren nuestras desgracias y miserias, mientras los más jóvenes, al vernos en la pantalla piensen, “pobrecitos vejetes maricas"
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Apunte final 1: he agregado "Thorin" al "Escudo de Roble" porque no quiero que se piense que un escudo me precede y también porque a veces cuando se referían a mí y escribían "Escudo" me costaba trabajo entender que era yo. Sin duda muchos de ustedes ya sabrán quién es Thorin, Escudo de Roble. Y sino, vayan el omniscente google!
Apunte final 2: el fin de semana vi una película excelente de la que pienso hablar después. Es CRAZY, una maravillosa historia en la que todos podemos vernos reflejados porque para los gay las historias de nuestra infancia y juventud siempre se parecen. Además tiene una música buenísima. Recomendada a ojo cerrado.