Remembranzas de Aburrá desde la Sabana
De muchas maneras los paisas han marcado muchos de los destinos de nuestro país desde su terruño, al que aman e idolatran como si fuera el ombligo del mundo. Razones les sobran para quererlo aunque también se exceden con frecuencia en la adoración visceral que le profesan. Es una ciudad que solo hasta hace poco empieza a recuperar una paz perdida durante muchos años. Dos carros-bomba y un atraco a mano armada (pistola puesta en la sien) vividos en carne propia me recordarán por siempre el sino trágico que han vivido. Y sin embargo, su reino es bello y verde. Medellín está rodeado de un verdor intenso que en las tardes brilla con desenfado desde las montañas. Y hermosas son esas montañas. Veeerde, veeerde, gritan ellas altivas.
En realidad yo no fui a vivir a Medellín. Sin saber bien lo que hacía, me fui a vivir a El Poblado, la zona rica y próspera de la ciudad. La zona de edificios espigados y casonas orgullosas, de lomas imposibles e inclinadas. Allí centré mi vida y desde allí salí a recorrer otros lugares aunque Medellín siempre me veló sus secretos íntimos, nunca descifré su verdad y siempre fue para mí una amante difícil. “No nos une el amor sino el espanto, será por eso que la quiero tanto” dijo Borges de Buenos Aires, y yo lo puedo decir de Medallo. Lo primero que noté fue su inclinación obstinada. No se puede recorrer Medellín a pie sin tener que remontar calles con pendientes imposibles, que a la luz de los días de 25 grados se vuelven insalvables. Extrañé muchas veces las calles planas y el clima perfecto de 18 grados de mi ciudad. Yo realmente creo que el clima diurno de Bogotá es el mejor del mundo, propicio para una caminata, un helado, un café caliente o un día de amores, usted escoja. Sin embargo, el clima nocturno de Medellín es el mejor del mundo porque prolonga la calidez del día sin desespero e invita, también, a una caminata, un helado, un café caliente o una noche de amores, escoja otra vez.
¿Hay alguien más amable que un paisa? Son gente calurosa y abierta, directa y franca, siempre cálida. Si no eres de allí te darán la bienvenida y te tratarán como a un rey (aunque a veces, las menos, te pueden hacer sentir como un invitado sin derechos y te recuerden que eres un rolo, moquete que detesto, o peor aún, que te digan que "vos no parecés rolo"). Hay algo en el ambiente de la ciudad que realmente invita a pasarla bien, el “nosequé” paisa lo llamo. La belleza y coquetería de muchas de sus mujeres no tiene par. Muchos hombres son bellos también, pero un poco hoscos e inelegantes. Nosotros los bogotanos, demasiado corteses y formales, siempre los veremos un poco campechanos (otro cliché), aunque eso mismo nos enamore. Y su acento sin par cautiva. Es delicioso oírlos hablar, sobretodo a los mayores, dueños de un tono embriagante, de eses sonoras, de un verbo rico y arcaico que estimula y prolonga una tarde pasada con aguardiente (que se bebe en toda ocasión aunque yo más de una copa no bebo por mi propia voluntad). Antes de ir allí, el acento paisa bajaba mis defensas. Ahora que he vivido allá estoy curado de espantos y sobrevivo sin dificultad a tales cantos de sirena. Cuando volví a Bogotá encontré que nuestros acentos capitalinos, porque en realidad hay muchos, son también sonoros y expresivos. Me encanta cierto acento bogotano que suena firme y seguro en el trato diario y tierno y dulce en la intimidad. Pero de eso no voy a hablar, le debo un escrito a mi ciudad, pero lo haré después.
Medellín ha sido durante muchos años una ciudad pujante, rica y organizada, ejemplo para todo el país. Sin embargo, no hay allí una calle que me estimule tanto como la Carrera Séptima bogotana (mucho extrañé a la Avenida Real durante mi ausencia) pero la Avenida Oriental y la zona que se extiende desde allí hacia los cerros me pareció siempre interesante. Es triste que no quede nada de la zona histórica de la ciudad, arrasada por una falsa idea de progreso. No hay pues un centro histórico como tal y solamente quedan ciertos edificios solemnes. Por ejemplo, cuando vaya a Medellín pásese por el Parque Berrío en el cruce de Palacé con Colombia, suba a la estación del Metro y admire el edificio Henry (de oculta belleza). Para una guía más extensa, mi amigo Milo le puede ayudar.
¿Y los inmortales (como los llamaría el Joker)? Para mi gusto creo que todavía muchos viven su vida en el closet. Sin embargo, partamos del hecho de que la gente gay, amigo mio, es igual en todos lados. Lo que los hace particulares es, observación inocua, que son… paisas, con todo lo que ello implica. Los he entendido y amado, admirado y censurado y aún hoy no puedo olvidar que parte de lo que soy se lo debo a ellos. No es cierto que todos son unos “hembros”, aunque muchos si son dueños de cierta virilidad muy sensual. En ciertas zonas de la ciudad se vive un ambiente abierto y liberal (porque hay que decirlo, el "que dirán" todavía vive muy orondo en la estrechez del Valle de Aburrá). Solo hay que caminar una noche por la Avenida Oriental, la zona de las Torres de Bomboná, la plaza de San Ignacio o el Parque de Itagüi para observar una ciudad amplia, diversa e incluyente, más abierta, menos ella misma, más ciudad. No hay un Gayhills ni una vida gay tan amplia como la de Bogotá y la verdad es que por mucho tiempo no hubo lugares buenos a donde ir. Pero eso sí, vaya donde vaya ¡se pasa muy bueno!
Mis años allí me marcaron. Llegué cuando tenía 24 y me fui a los 28, intensa etapa de la vida que ayudó a formar mi carácter. Ahora no soporto la enemistad inveterada entre paisas y bogotanos. No entiendo sus odios infundados, sus descalificaciones mutuas, sus ataques ridículos. Todo ello se basa en el desconocimiento y las ideas preconcebidas. Tonterías y simplezas. Cuando recibo visitas de mis amigos paisas o voy de viaje a Medellín, a la que por fortuna sigo ligado, me aburro montones siempre que empieza la consabida conversación sobre los “rolos” arribistas y los paisas montañeros. Ni lo uno ni lo otro. Arribistas y montañeros los hay por todos lados. Hace poco leí en un blog de eltiempo.com una serie de insultos que iban y venían a raíz de un diccionario de bogotanismos. Alguien, supuestamente un paisa (a quien delata su estilo y lenguaje), escribió sandeces contra los bogotanos. Quién dijo miedo. Los insultos devueltos no se hicieron esperar. Y qué decir de los blogs dedicados al Nacional y a Millonarios (mi Millos). Lo que debería ser algo centrado en lo deportivo da paso a una violencia verbal que asquea. Y hay otro blog que prefiero no enlazar porque sería hacerle apología a este odio, pero los que quieran, busquen también en eltiempo.com. En el mundo existen legendarias rivalidades entre ciudades de un mismo país. Los de Bostón y New York se hacen chistes crueles. Madrid y Barcelona se atacan sin piedad y lanzan de cuando en cuando campañas de desprestigio. Son rivalidades sanas en todo caso porque no esconden las neurosis enfermizas que aquí exhibimos. Entendamos que bogotanos y paisas hemos formado (en parte) este país, que solo hasta ahora empieza a reconocer su identidad nacional, refundida por siglos y encontrada solo hasta ahora gracias a fragilidades y banalidades pasajeras como el vallenato costeño, caderas que no mienten, gorditas pintadas, una camisa negra, una pequeñita que se llama Mariana. Esos odios estúpidos los deberíamos usar contra esos verdaderos enemigos, armados y traquetos que viven en las selvas de este país difuso e inacabado.